Esta es la crónica que Fernando Galicia Poblet, vecino de Moralzarzal y autor del libro Inoxidable, el heavy metal en España (1978-1985), nos ha regalado sobre el concierto de Ara Malikian en la plaza de toros
Decía Ara que cuando se quitó el traje se liberó. Bendita la hora. Para los que profesamos la fe de la música, el concierto de Ara Malikian en Moralzarzal fue la mejor demostración de que la música no tiene fronteras, pero sí el poder de unir, durante un rato, a los que la escuchan.
Lo más importante no fue lo que tocó, sino cómo y por qué. Y es que Ara ha conseguido lo más difícil: derribar el muro del elitismo, ese que separa la mal llamada “música culta” y la “música popular”, para ofrecernos la música, simplemente, en todo su esplendor, más allá de etiquetas y con el corazón y el alma a la vista. Por eso es capaz de salir a escena interpretando el “Voodoo Child” de Hendrix, mezclarlo con el Lacrimosa, del Réquiem de Mozart, y empalmar con un tema étnico propio; de componer e interpretar danzas armenias, un vals dedicado a su hijo, y un desgarrador tema dedicado a los 65 millones de refugiados que hay en el mundo; de interpretar “La campanella” de Paganini, juntarla con “Life on Mars” de Bowie, y poner a toda la plaza de pie, en atronadora ovación, tras una maravillosa y brutal versión del “Kashmir” de Led Zeppelin y del “Misirlou” popularizada en Pulp Fiction.
Por eso es capaz también de romper la barrera física entre artista y espectador, bajando al suelo a ofrecer a Bach a su público, y luego desaparecer del escenario con toda su (fantástica) banda interpretando una versión de los “pajaritos” al más puro estilo de Kusturica. Genio y figura. Cercano y simpático, nos fue desgranando además, entre obra y obra, la simpática historia de su violín y su abuelo Gregor, que estaría satisfecho de verle hoy en día. A la mierda el traje. La música no sabe lo que ha ganado contigo, Ara. Gracias, gracias, gracias.
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